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NOCHEVIEJA
Tengo dos tarjetas pendientes de escribir. La duda, por si acaso, cuando al final lo escriba, nada de lo que diga tenga que ver con lo que pienso que quiero decir.
La desmemoria como lo necesario para llegar a la condensación, las pequeñas partículas.
Lo que se entiende como inocencia, tal vez sea un puro acto de fe. No cualquiera, no éste o aquel, sino aquellas creencias que mantuvieron el arrojo de separarse de tales otras. No creo que existan cánones fijos para determinar lo que es inocencia de lo que no lo es; a menudo, los hechos y los discursos están precipitados a engullir eso que con ninguna palabra se puede estar seguro de que se diga lo que es. Quizás el número de veces que se tiende hacia allí, es más veraz que las motivaciones que se puedan izar como estandartes. La inocencia debajo de la palabra Nochevieja, tiene que ver con la nieve.
No importa si hace siglos que ya no nieva ni si coincide con otras tarjetas de felicitación de Navidad, las coincidencias o no, son meras circunstancias. Tanto es difícil mantenerse entre lo ya caduco como no irse al lado de la pura invención; el número de veces tiene que ver con una experiencia irrepetida siempre. El participio pasivo, la devuelve la cualidad de ser parte de una realidad que no es la que manejan ni la memoria ni el olvido.
Siempre, cualquier palabra, puesto que dice de menos y puesto que dice demás, está abocada a la evocación y es así como ella misma es imposible de mantenerse ligada a su intención; constantemente es necesario ir escuchando las sugerencias y retirar, de donde ellas nos hayan llevado, lo sobrante. Lo particular se hace universal cuando consigue ser creíble. Y como no se trata de algo esperado ni mucho menos conocido, son tan legibles los espacios en blanco, los huecos que se entrelazan, las prolongaciones de letras y no letras que se filtran por donde ya no son y así crean un más allá o un más acá del espacio y del tiempo. La inocencia no es un estado moral, pero si evoca eso, tal vez sea porque el número de veces que se tendió hacia allí, terminó por hacerse incontable. En su lugar habrá muros de contención y un exacerbado sentido del ridículo. La estética es la primera que se pervierte en esa forma de traición.
De aquella piedra gravosa, agrisada, fría tal vez, indiferente y las relaciones establecidas, sólo pueden dar cuenta ciertas palabras y no las otras, ciertos espacios y no cualquier espacio aparecido porque sí. No se sabe muy bien si son las palabras las que crean los objetos o son éstos los que reclaman que ellas aparezcan. Sólo sé que, las puertas que se abren o las puertas que no se abren, tienen que ver con el sonido.
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